enero 15, 2009

UN SIMPLE SUEÑO

Era evidente que solo buscaba bajar la calentura. Por eso decidí que debía hacerlo. Se subió al auto y comenzó a lamer mi abdomen hasta llegar a mi miembro erecto. Nunca había tenido que contratar a alguien para tener sexo pero, me invadió la curiosidad de saber lo que se sentía pagar por algo que debía ser gratuito y placentero.

No voy a entrar en detalles innecesarios, lo que me preocupó después fue ver que sin ninguna razón aparente, comenzó a llorar como si se fuera a acabar el mundo en ese momento.

– ¿Ocurre algo malo? –pregunté.
–Nada que pueda importarle, –respondió.

Y tenía razón. ¿Por qué iba a importarme el llanto de un mocoso indolente y prostituto que debía estar tramitando su ingreso a la secundaria? A fin de cuentas le pagué por el servicio y se llevó una muy buena propina. Le pedí que bajara del auto y lloró con más ahínco. Desesperado y un poco atemorizado por la escena, bajé del auto para abrir la puerta contraria y bajarlo por la fuerza. Me daba terror pensar que pudiera pasar una patrulla o que alguien sin oficio gritara que estaba abusando de un niño o secuestrándolo. Evidentemente sería una falsedad. Yo no lo obligué a subirse. De hecho, él se ofreció solo y no había nadie más alrededor de la calle que pareciera obligarlo.

–No lo disfruté, –me dijo sin razón.
–No me importa, –le dije. No fue esa mi intención.
– ¡Claro!, nunca es su intención. Ustedes se sienten con derecho de obligar a alguien que diga que lo ha gozado solo por el hecho de que pagaron por cogérselo. Pero la verdad es que son unas pobres mierdas, porque tienen que pagar para poder tener un poco de sexo con alguien. No les importa que seamos sus hermanos, sus esposas, sus hijos, sus nietos… no les importa nada, sólo coger por coger y ya.
–No encuentro razón en tus palabras pero no me interesa escucharlas. Te pagué muy bien por tu trabajo, así que ya puedes largarte.

Como pude bajé al niño del auto y me fui directo a casa. En el camino se me cruzaron los imbéciles del alcoholímetro y sentí angustia por el contratiempo que me alejaba un poco de mi familia. Después de un buen arreglo me marché a casa. Supuse que ya todos se hallaban dormidos, así que intenté ser lo más sigiloso posible para llegar a mi cuarto, pero la luz de la habitación de mi hija me hizo vacilar. Abrí su cuarto y mi cuñado estaba acostado con ella y la niña lloraba desconsoladamente. Al verme la niña se aventó a mis brazos y me dijo que tenía mucho miedo. Un frío me recorrió la espalda hasta que mi cuñado me dijo que los gritos de la niña lo despertaron.

–Soñé que atropellaste a un niño papá, –dijo la niña.
–Lo repitió todo el tiempo Arturo, –mencionó mi cuñado.
–Vamos a dormir todos, no pasó nada. Y nos fuimos todos a dormir. Atropellar a un niño, ¡qué ocurrencia!. Son curiosos los niños, siempre sueñan lo peor.