noviembre 29, 2006

SI SUPIERA ESCRIBIR...

Para un Errantito y un burrito sexy, ambos muy queridos.
Si supiera escribir le escribiría a la vida
para agradecerle que te cruzaras en mi camino...
Si yo supiera escribir le escribiría a la luz,
por alumbrar mi trayecto en el destino.
Si supiera escribir le escribiría a la noche,
por protegerme con su manto del sol.
Tal vez, si supiera escribir, le escribiría a las estrellas,
por hacer de mis noches, noches bellas.

También, si supiera escribir, le escribiría a Dios,
para encararle todo el daño que su creación nos dio.
Pero no sé escribir y no le escribo a nada de ello,
solo te escribo a ti y aun no sé porque,
o es que no me atrevo a escribirlo,
quizá porque no sé escribir,
o porque perdería sentido este escrito...

noviembre 14, 2006

SILENCIO, DIJO EL SILENCIO

Sola una vez te pedí la palabra. Solo una vez intenté decir que lo siento. Hoy no tengo necesidad de decir nada y sin embargo muero por decir todo. Mis nervios están alterados, mi corazón late aprisa, mis impulsos son incontrolables. Tengo mis motivos para querer decir lo que no digo, pero obligado estoy a callar lo que siento. No pienso, no hablo, no miro, solo escucho.
Y es cansado vivir, repetir con palabras escritas lo que solo debe ser pronunciado, pero nunca escrito. Y hoy me atrevo a escribirlo, hoy me atrevo a decirlo. Pero tu no me permites hacerlo. ¿Tienes miedo de ello? ¡¿Qué estupidez es eso?! Risa habría de darte al escuchar tamaña propuesta. ¿Creíste en verdad que lo haría? Espera entonces a que muera, grita tan alto como puedas y espera a escuchar mi llanto al tiempo que el eco, te recuerde que en ese momento, para tí ya estoy muerto.

noviembre 11, 2006

ROJO-SANGRE.

Eres quien ha estado en mis sueños dices, vagando en mi cabeza y resonando en mi garganta. Pero no es cierto, si estás en mis sueños, perturbándolos, en mi cabeza taladrándola, en mi garganta, en los llantos entrecortados que me impiden seguir soñando y que solo me hacen pensar en esa que tu llamas depresiva palabra... Rojo.
Ese que no se atrevió a cumplir sus metas y lograr sus sueño, ese que aparentaba mucha dureza pero fue más débil que un pecador en sodoma, ese que al final, la mediocridad pudo más que su entereza, ese que nunca pudo pelear por sus sueños porque quizá nunca los tuvo, ese que no se atrevió a ser él... rojo.
La verdad es que no he estado muy bien, últimamente despierto sin dormir, me canso de vivir, siento que no hay nada que pueda significar una lucha importante, sin embargo sigo vivo por mí.
No he hecho otra cosa más que vivir. Si acaso se le puede llamar así a estos días tormentosos de incertidumbre y nostalgia, de recuerdos que creí perdidos, de amigos que creí inexistentes, de sed y hambre que parecen insaciables. Días de gloria, de cierto rencor y de cierto olvido por quienes creí que me habían olvidado.
Te diría que yo también tengo hambre de ti, que también quiero devorar tus risas, tus tristezas, pero la verdad es que mentiría si repito lo que dices. No es eso lo que quiero en este momento, no es eso lo que necesito. Yo te necesito aquí. No para mí, pero no te quiero recordar como alguien especial, no te quiero recordar, quiero que estés aquí para recordar juntos, para decirte que eres especial y no vivir de recuerdos. No quiero que estés ahí para contestar, quisiera mejor que estuvieras aquí para responder... ¿por qué... rojo?

MUERTE QUE NO MUERES

Muerte bendita que brindas un poco de consuelo a quienes sufren en vida. Muerte agradable que proporcionas paz a los que viven con angustia. Muerte feliz y viajera, que andas por la vida recorriendo el mundo en tren, en avión, en submarino, en lo que sea.
Muerte soñadora, que eres capaz de vivir todo el tiempo despierta en busca
de alguien que pierda un poco la esperanza de cumplir sus sueños. Muerte andante, incansable, que pese a tu rutinaria vida de vagar por el mundo, nunca te ves cansada.
Muerte tierna, que a veces brindas arrullo y caricias a quienes decides llevar a tu remanso de triste olvido. Muerte capaz de querer y amar por igual al pobre que al rico.
Muerte puta, que solo buscas en los demás el cariño que tanta falta te hace. Muerte miserable, que andas penando tu amor por el mundo, causando compasión en quienes te ven cruzando su camino.
Muerte pendeja, que no dejas de andar un camino en círculos sin darse cuenta, en busca de aquello que un día te fue arrebatado. Muerte inconsciente que trabaja para alguien inexistente.
¿Y si algún día despiertas y te encuentras con que nunca se justificó tu trabajo? ¿Y si descubres que en realidad era innecesario? ¿Y si tu tarea no te fue asignada sino que la iniciaste por gusto? No me gustaría estar en tu lugar. En verdad te admiro. No necesitas fingir tu verdadera necesidad, tu verdadero destino.
Buscas amor en los lugares más recónditos. Buscas un poco de paz y consuelo en el brazo de alguien que pueda soportar tus lamentos. ¡Deja de lloriquear pendeja! ¿Acaso crees que eres la única que necesita consuelo? Deja de chingar la madre a los demás. Si quieres amor sufre. Sufre como los demás y lucha para conquistar tus sueños. No seas puta, no te vendas por unos cuantos pesos.
Perdón si soy demasiado directo, pero a veces no puedo dejar de sentir lástima, de ver como cada vez más, te vas pudriendo. Mírate en un espejo, báñate, espabílate y cámbiate de ropa, anda, te espero en el bar para tomarnos una copa, y por favor, deja de hacerte la mártir y ¡¡vive!!, Porque una vez que lo hagas, verás que no querrás morir jamás.

EL CAZAPADRECITOS

Era un viernes por la tarde cuando mi madre me mandó a la iglesia a confesarme con el párroco del lugar. Con la advertencia de los constantes cambios de temperatura que me caracterizan, acudí puntual a la cita que me había encomendado mi santa madre para que, según ella, me librara de mis pecados y pudiera comulgar sin culpas en la misa del domingo.
El lugar era enorme. Las puertas de madera fina me hacían pensar que estaba a punto de entrar al palacio de algún reino. Los bellos murales en las paredes y en los techos me recordaron el oscurantismo y la inquisición a la que se vieron sometidos los habitantes del planeta durante cerca de ¡mil quinientos años!, (Casi nada si consideramos la ignorancia a la que por gusto, muchos siguen sumidos). Recorrí a zancadillas el templo con la intención de pasar desapercibido y miré las imágenes perfectas de los santos y las vírgenes que parecían observarme, yo los miré con desdén y con la mirada les recordé su vida pecaminosa y su arrepentimiento de última hora, que les mereció ocupar el sitio en el que se encontraban.
El tosido a mis espaldas me puso en guardia. Una mujer de unos cincuenta años se acercó a mí y con lágrimas en los ojos me pregunta por “el padrecito”, no sé, le contesté, no lo he visto. Un hombre gordo, de baja estatura, con sotana negra y una especie de crucifijo en el cuello, hace su aparición en ese momento y nos hace una seña para que pasemos al confesionario.
La señora me pregunta si es posible cederle mi lugar a lo que de inmediato accedí. Sentado en una banca cercana, aguardaba con paciencia para sostener una larga charla con el sacerdote, pero los gritos desgarradores de la mujer que se confesaba no me permitían concentrarme. Con paso lento pero decido y sigiloso, me acerque para ver que era lo que estaba sucediendo. El confesionario apenas era divido por una cortinilla entre el confesor y el sacerdote, pero si se ve de frente se observan los detalles de lo que sucede en el interior de cada uno de los cubículos, pues la cortina era tan vieja que se trasparentaba traviesamente para espiar los hechos interiores.
El padre roncaba a pierna suelta mientras la mujer se desahogaba en su confesión. En ese momento hice una reflexión. ¿Qué caso tiene decirle a un hombre común y corriente (más corriente que común), cuáles son tus pecados? ¿Acaso el no tiene también los suyos? Y él, ¿a quién se los confía? ¿En qué parte de la Biblia se señala la obligatoriedad de la confesión?¿Cuál es la necesidad de narrarle tus aventuras a un hombre que prefiere dormir, a escuchar una sarta de estupideces?
Las palabras de una tierna adolescente hicieron que interrumpieran mi pensamiento. Sigues tú, me dijo. ¿De qué hablas? Contesté. Ya salió la señora desde hace rato y estás formado en la fila que espera confesarse con el padre, me señaló. Ah, pasa tú si quieres, yo estoy esperando a mi mamá, inventé. La chica pasó y veo que el rostro del padre cambia de expresión al tiempo que se limpiaba la baba que le provocó dormirse en la confesión anterior. El sacerdote se retorcía como babosa recién bañada de sal e intenté acercarme un poco, para escuchar que era lo que decía la hermosa chica, que hacía contorsionar al clérigo de esa manera. Un encuentro sexual de la fémina con su novio con lujo de detalles era la descripción que ella hacía al tiempo que el padre exigía más detalles del encuentro.
Una sensación indescriptible me recorrió por todo el cuerpo. ¿Era el sacerdote una persona confiable para confesarle todos mis secretos? ¿Qué necesidad hay de narrarle los detalles de algo que se supone es pecaminoso? ¿No peca el también al querer conocer los detalles del encuentro? ¿Y Dios? ¿Le contará el sacerdote a Dios los pecados de sus feligreses, con el mismo lujo de detalle que él exige en los penitentes?
Al llegar mi turno ya había armado una historia que bien podía ser del agrado del padre. Me acuso padre de haber pecado en el sexto mandamiento, le dije. ¿Cómo fue hijo?, Cuéntamelo todo. La verdad es que me da un poco de pena padre, fue con un hombre, ¿es necesario que le diga cómo fue? La cara de excitación del padre pareció responder, pero aun así contestó: si hijo, es necesario, dime, ¿se la chupaste? ¿Te la chupó? ¿Se la metiste? Cuéntame anda, ¿cómo fue? Una serie de actos inventados fueron salpicados de mi orificio bucal al mismo tiempo que el sacerdote se retorcía como chinicuil. Qué puerco es usted señor, ¿a poco de verdad cree que hice todo eso? Hubieran visto su cara llena de lujuria para que conocieran el rostro del verdadero pecado. ¡Lárgate de aquí, estás excomulgado! ¡Arderás en los infiernos por intentar tentar a un hombre de Dios! Vociferaba el hombre iracundo. La verdad es que disfrute tanto aquel pasaje, que desde entonces me han excomulgado alrededor de una doscientas veces. Mis historias son cada vez más detalladas y los sacerdotes cada vez más puercos. Mentiría si digo que todos. Algunos me piden que con mencionar el mandamiento violado es suficiente, que no hay que ser detallista, que a Dios solo le interesa el arrepentimiento. Con esos curitas me da un poco de remordimiento. Pero cuando me topo con los que me piden incluso, que les describa el lugar en que tuve mis fantasiosos encuentros, no puedo menos que seguir perfeccionando mi táctica para poder seguir cazando padrecitos lujuriosos.

noviembre 06, 2006

DÍAS ROBADOS

En una página escribí mi vida y alguien se atrevió a borrarla. Hoy busco la goma que se aloja como parásita en la bolsa de alguna mochila, para pedirle que me devuelva los días robados. Esa goma posee todos los secretos que aún no han sido revelados, pero es más terca y arisca que una burra y quizá se niegue a contarme que fue aquello que me arrebató. ¡Maldita seas! No tenías ningún derecho a quitarme gran parte de mi vida.
Hoy solo me queda esperar a que transcurran las dos líneas que me quedan de vida. Las dos líneas que me alcanzó a dejar la ingrata goma, suficientes para recordar que olvidé todo el pasado que ha pasado. No tengo presente y en éste momento se consume mi futuro. ¿Alguien la ha visto? Goma, gomita linda, por favor, devuélveme la vida o préstame un lápiz para volver a escribirla...

noviembre 05, 2006

¿QUIÉN ERES?

Para la Stimpy, que bien pudiera ser el lado activo del infinito.
Janet, es solo un detalle que no pretende sanar la enorme deuda que tengo contigo...

Eres una sombra que aparenta oscuridad,
Eres un destello que apenas vislumbra un poco de chispa,
Eres quizá esa armonía que no produce ningún eco,
Eres música que no genera ninguna nota que agrade al escucha,
Eres la estrella que se negó a proporcionar su luz al caminante,
Eso y más eres, para aquel que no quiere conocerte.
Para los que te conocemos y sabemos quien eres, coincidimos.

Eres la sombra que acompaña a sus carnales a todas partes,
Eres el destello que enciende el ánimo caído,
Eres la armonía que brinda consuelo al inconsolable,
Eres la música que sirve de fondo a nuestras vidas,
Eres la estrella que no alumbra pero sirve de guía,
Eso y más eres, para quienes tenemos el placer de conocerte.