marzo 12, 2011

Caravana Censurada

Piénsese que aquello hubiese sido el acabose, empezó temprano, un día sábado de cualquier año. La puesta estaba puesta, o estaba por ponerse que no es lo mismo pero es igual. Y ahí vánse todos haciéndose compañía los unos a los otros, cual peregrinos decembrinos en plena fiesta navideña.
Ocurriósele al invitado que podía invitar, fiel a la costumbre, a otros tantos más, previo respectivo pago de los derechos adquiridos, no se vaya a pensar que se confiaba a la frase de que “a la gorra ni quien le corra”. Pero pareciese que no fue ese su día y ni siquiera el transcurso de lo que quedábale al mismo hasta que feneciera.
Llegáronle temprano, como marca la costumbre en estos menesteres. Ya hacía bastantes años que lo hiciere que pareciese una simple rutina sabatina con su respectiva continuación de domingo chelero.
Dábanse pues cuenta de lo que ahí aconteciese para entrar a la función y ver si funcionaba. Pensose que provocarían buena entrada, pues no siempre ocho entran a ver teatro en una sola tanda.
Cual fuese la anfitriona que ¡oh, sorpresa!, negose a aceptar la admisión de la caravana pues un crío entre ellos estorbábale. Y no se crea que el chiquillo fuese un factor determinante en una función de espectáculo, pues otros dos escapáronse del derecho de admisión y coláronse hasta las butacas.
Pongámosle cualquier nombre a la anfitriona, ¿la función? ¡Qué importa! Lo importante es que se haya prosperado como se hubiere deseado, total, eso a fin de cuentas era lo que importa. Para la caravana, las penas con pan son menos...