julio 25, 2006

EL NUEVO ROSTRO DEL VIEJO SISTEMA


Hoy sabemos quien es ya nuestro próximo presidente. Culminan las elecciones y en medio de incertidumbre, expectativa e incluso temor, por fin sabemos quien nos va a gobernar en los próximos seis años. Vienen los acuerdos, las derrotas, las críticas, los señalamientos, las movilizaciones inclusive. Todo en balde. Se confirma el triunfo del presidente electo.
Arriba, con fortuna, el nuevo presidente toma posesión de su cargo, hace las reverencias pertinentes y pronuncia con voz fuerte un discurso emotivo y alentador para los gobernados. Ha llegado el cambio dice, ahora si vamos a mejorar el futuro de México.
Abajo, los mexicanos miran con esperanza y con ilusión un cambio de verdad. Esperan ese anhelado crecimiento económico, la creación de empleos, una mejor posición social y una estabilidad económica. Se olvidan las rencillas. Se une el país entero y se logra una conciliación nacional. El país coopera, el cambio puede ser posible. Nada.
A los seis años, los mexicanos despiertan abruptamente de esa pesadilla y los coloca de nuevo en esta realidad surrealista. La pobreza ha aumentado en proporciones desmesuradas en todo el mundo. La migración de los habitantes de los países más pobres es masiva, hacia cualquier lugar que les ofrezca un sustento económico. Muchos llegan a nuestro país y hacen los adeudos que ni los mexicanos más pobres quieren hacer. Las guerras crecen y en las calles cualquiera muere en manos de quienes buscan robarse un pan.
Los empresarios y las clases sociales altas viven en la incertidumbre. Contratan soldados para su custodia. Es tiempo de elecciones y las campañas están en pleno apogeo. En medio de descalificaciones y ataques. De campañas negativas y violentas, se convoca a los ciudadanos a salir a votar. Es tres de julio del dos mil doce. Millones de ciudadanos salen de sus casas para sufragar su voto en las urnas con la esperanza de que su candidato pueda lograr ese cambio anhelado. Ahora si va a producirse de verdad.
En otro punto del país, los candidatos logran aguantarse la risa ante las imágenes que la televisora que los compró hace mucho años les proporciona. Beben Champagne y Cognac. Discuten. Apuestan el Estado de Chihuahua y Sonora a que una va a ganar por doce puntos más que el otro. No se vale, dice un tercero, esos Estados no. Ya están apartados por la Coca Cola y una textilera de los descendientes de Kamel Nacif. Nos han dado mucha lana. No podemos decirles que siempre no. Van a pensar que los políticos no tenemos palabra y eso es lo que más nos sobra.
De pronto el silencio. Alguien llama a la puerta. Todos callan. Quizá nos traen ya los resultados. Un niño de catorce años, con aspecto de vagabundo, semidesnudo y con la piel pegada a su sistema óseo les ordena guardar silencio. Los candidatos ríen y ordenan a sus cuerpos de seguridad que se deshagan de él. Nadie acude a su llamado. Los presidenciables se preocupan. El niño toma una resortera y les pide no moverse porque podría lastimarlos.
Los candidatos no logran aguantar la risa y estallan en carcajadas. El niño apunta con su resortera y uno a uno los candidatos van cayendo muertos a los pies del infante. El niño llora. Sale de ahí cabizbajo, triste. La prensa nacional e internacional ve salir del edificio al niño y lo atacan con preguntas. El pueblo al enterarse de lo sucedido aclama al niño y lo nombra Presidente de México. El niño no acepta, llora aún más. Le aterra pensar terminar como uno de aquellos que quedaron muertos en el edificio. El país se conforma. No hay presidente. Pasan cinco años más y las cosas mejoran considerablemente. México avanza y se logra colocar entre las naciones más ricas. Ayuda a muchas otras naciones y las apoya para dejar la pobreza en que están sumergidas.
Alguien pregunta a aquel joven de diecinueve años que se siente haber logrado sacar a México de la miseria. El no contesta. Le insisten hasta que logra decir: yo no lo hice, lo hicieron ustedes. Si, le inquiere alguien más, pero tú los mataste, ¿qué fue lo que te orilló a hacer eso? El niño un poco cabizbajo contesta: mi papá trabajó en ese edificio desde hace muchísimos años. Siempre abusó de mi mamá y la humilló. Le hizo lo que se le dio su gana, la prostituyó y luego la dejó morir. ¿Cómo se llamaba tu mamá niño?, le cuestionó un anciano. Eso ya no importa, si le digo Justicia, quizá no recuerde esa palabra.

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