julio 25, 2006

JUAN

Este cuento forma parte de una novela que estoy escribiendo y que se titulará: MIS CIEN VIDAS, espero que les guste.

Un dedo recorría mi espalda desde la nuca hasta el cóccix, pasando por toda mi columna vertebral. Era una sensación casi indescriptible y a la vez tan común que la gran mayoría de mis amigos se reirían de mí si se los platico. Desconozco su nombre y más aún sus apellidos. No sé porque accedió, aunque lo más probable es que haya sido una aventura para él, o quizá aceptó con la intención de obtener alguna remuneración por su muy grata compañía.
Lo conocí en un centro comercial, allá por Coyoacán. Lucía un pantalón de mezclilla bastante deteriorado, como esos de los que los jóvenes de hoy están acostumbrados a utilizar; una camiseta blanca pegada a su muy espectacular abdomen y unas botas negras industriales.
Desde el momento en que lo miré me impactó su hermoso cuerpo. Lo imaginaba desnudo entre mis brazos y una serie de imágenes perturbadoras comenzaron a desfilar por mi mente. No sabía como acercarme a él ni menos como pro-ponerle algún tipo de acercamiento sexual. Lo seguí hasta que, creo me hice notar por mi evidente torpeza como espía.
Entró a los sanitarios públicos y hasta ahí lo seguí. Al acceder al lugar, él se hallaba parado frente a un enorme espejo. Traté de disimular un poco pero pronto mis mejillas se sonrojaron. El lugar estaba completamente vacío, así que entré a uno de los tres baños del lugar y dejé la puerta entreabierta. El chiquillo cerró la entrada principal con delicadeza y puso el seguro para evitar que alguien más entrara. Se acercó hasta el baño que ya ocupaba yo y abrió la puerta, que a propósito dejé sin seguro, y de inmediato me mostró un enorme pene erecto que salió de su bragueta. Era verdaderamente espectacular e increíble para sus apenas veinte años que mostraba. Me preguntó que si me gustaba lo que veía, pero mi asombro era tal que no podía ni siquiera mover la cabeza para afirmar, así que apenas alcancé a balbucir alguna frase así como: “es muy hermoso...
Le propuse que deberíamos ir a algún otro lado, pero él insistía en que debía ser ahí. Traté de hacerle entender que alguien podía sorprendernos pero insistió tanto que por fin accedí. Intenté besarle sus hermosos y delicados labios pero él se negó. Así que tuve que conformarme con besarle el cuello y sus preciosas tetillas. Me pidió que me dejase penetrar pero traté de rehusarme por no llevar protección, sin embargo al verle molesto, de inmediato accedí.
No encuentro palabras para describir todas las sensaciones que en ese momento sentí. Un frío recorría mi espina dorsal, al tiempo en que recorrió mi espalda con su dedo índice y luego con su juguetona lengua. Por fin me penetró y dejé escapar un quejido de mi garganta por la combinación de dolor y placer que mi cuerpo experimentaba por vez primera. Jamás imaginé lo sencillo que era conseguir sexo masculino, ni mucho menos con alguien tan joven como él.
Por fin terminó el delicioso acto sexual y él, sin decir palabra alguna, se fue de ahí, dejándome las nalgas salpicadas de un fresco semen. Torpe e inepto intenté salir del lugar lo más pronto posible, pero el dolor entre las piernas me lo impedía. Era tardísimo y no tendría una excusa para justificar mi retardo.
En el trayecto a casa, pensaba en lo ocurrido apenas unos cuantos minutos atrás. No imaginaba que el sexo pudiera disfrutarse de algún otro modo al que estaba acostumbrado con mi esposa. Nunca pensé que a mis cuarenta y siete años, volvería a gozar del sexo como si fuere mi primera vez, y menos aún que sería con alguien que bien podía ser uno de mis hijos.
Ahora intentaré buscar una excusa que justifique mis cuatro horas de retraso desde que salí del trabajo; pero sea cual sea la que se me ocurra, bien valdrá la pena por los intensos momentos de gozo y felicidad al lado de aquel insaciable muchachito. Ya imagino los reclamos de Lucrecia, mi mujer: “Juan, ¿Ese es el ejemplo que les das a tus hijos? ¿Con qué cara les reclamarás el día de mañana si tú actúas igual o peor de ellos?”
Grande fue mi sorpresa cuando llegué a casa y encontré a todos muy bien cambiados y sin nada que reprocharme. Me preguntaba a qué se debía tal actitud festiva, pero pronto mi hija me sacaría de la duda.
-Quiero que conozcas a mi novio papá, es un joven muy simpático y agradable, se llama Andrés.
De principio me opuse, pero el dolor que aún tenía en el trasero no me dejó resistirme, así que en punto de las siete de la noche, un joven de pantalón de mezclilla bastante deteriorado, una camiseta blanca que hacía lucir un marcado abdomen y unas botas negras industriales, se presentó con una extraña, pero hermosa rosa negra en la mano y se acercó muy lento hacía mí para decir un poco cabizbajo: buenas noches señor, mi nombre es Andrés...

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