septiembre 03, 2007

AZTECA. Gary Jennings.

“Nosotros lo vimos, nosotros lo vivimos,
en los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
Enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
Y en las paredes están salpicados los sesos...”
Visión de los Vencidos, Miguel León Portilla.


Nuestra historia bien puede ser contada por etapas. Algunos historiadores hablan de precolombina, colombina y postcolonial. Otros la señalan por periodos: prehispánico, colonial e independiente. Algunos más la dividen en partes, a saber dos: antes de la “conquista” y después de ella. Yo la divido en partes también. En aquellas que fueron desmembradas de una manera vil, tajante y desproporcionada, hasta convertir todo un continente en nada más que ruinas. Solo en eso.
Dentro de nuestra nación se dice que hay varias culturas. Hay una que gobierna (los blancos), otra que se enriquece (los mestizos) y otra que vive en la miseria (los indios). La Constitución mexicana afirma que la nación tiene una composición pluricultural. Esto significa que a la mayoría no le preocupa que los tzeltales y los tzotziles vivan con menos de veinte pesos al día, con tal que solo se subleven cada 500 años.
[1]
Y es absurdo y hasta estúpido pensar que después de tantos siglos de humillación y mendicidad, todavía nos dirijamos ante los usurpadores como: ¿en que puedo servirle?, ¿Mande usted?. Aquellos que aun continúan en el poder desde hace más de 500 años, antes del PRI y del PAN, aquellos saqueadores que siguen mancillando y envileciendo la nación que hoy ha perdido su identidad, sus valores, su dignidad. Una nación que dejó de serlo el día en que el único hombre que pudo cambiar la historia no pudo hacerlo. O no quiso que fue peor. Y a partir de entonces, el servilismo se volvió parte inherente de nuestra sociedad y de nuestra cultura, híbrida, bizarra, surrealista.
Y entonces, nos da rabia, impotencia, coraje. Nos enfurece pensar que los dioses de los mexicas no hubieran sido más agresivos frente a la cruz inquisidora. Nos duele en el alma la idea de pensar que después de siglos de vejación, hoy, con singular alegría, digamos campantes que somos casi hermanos de los españoles. De esa raza maldita que trajo las más bestiales enfermedades a una magnifica raza de bronce, esas que fueron las verdaderas dominadoras del basto territorio americano.
Y entonces desde aquel encuentro dispar de mundos disímiles, odiamos a nuestros propios hermanos, rechazamos al indígena, pero adoramos a quienes nos hunden el pie en el alma y se regocijan del “avance” logrado en este país tercermundista. Y los pobres, los jodidos, los lumpen proletarium, no pueden aspirar a esa vida mediocre de poner un changarro y tener un vocho. Ha sido vendida su dignidad el día que Ce Malinali (nunca Malintzin), vendió su cuerpo de ramera, sus orígenes y con ello su historia.
¿Traidores a la patria? Los texcaltecas, Ce Malinali, Motecuzoma Xocoyótl, los Totonacas, Carlos Salinas... ninguno de ellos. ¿Traidores a cuál patria? ¿La que se consumió con la soberbia y la egolatría de sus gobernantes? ¿La que se ofreció por ignorancia, miedo o conveniencia? Quizá a Motecuzoma le quedó muy grande Tenochtitlán, aunque para ser honesto, Tenochtitlán siempre fue demasiado grande para cualquier otro que intentara conducirla. Aun hoy no han sabido darle el trato que necesita y aun continúa atrapada en las islas en que vio su esplendor, aunque las de hoy no son líquidas, sino islas de terquedad, de miseria, de sumisos, de mediocres.
Y es irónicamente un extranjero quien viene a recordárnoslo. Una persona que cruelmente nos seduce con su historia y nos despierta de nuestra ignorancia. Un extranjero que sin el menor tacto suave nos descubre una realidad terrible. Una realidad que debió haberse consumido y enterrado junto con las ruinas de las grandes naciones pisoteadas, para beneplácito de sus saboteadores. Pero no ocurrió así.
Y fue un tal Gari Jennings, que sin ningún asomo de misericordia nos da una y otra vez, una sacudida en la historia des-conocida por quiénes deben conocerla. Y nos humilla con lecciones de historia y nos hunde en la mierda hasta que con el último aliento decimos basta. Y nos presenta a un hombre que quiso dar su vida para salvar a su nación, pero ya no pudo hacerlo. Y nos presenta una historia de amor que es terriblemente bella. Y nos conduce a una nación esplendorosa que es aterradoramente salvaje. Pero era su identidad. Era Tenochtitlán. Hoy no somos, ni siquiera la sombra de lo que fueron nuestros antepasados, sí es que alguna vez lo fueron. Hoy solo somos un remedo de una nación que aun no acaba de construir su identidad. Hoy somos los hijos bastardos de una nación que se congratula de su “conquista”.Y nos queda solo pedirle al Dios usurpador, pues se nos arrebató a los otros, que nos dé su permiso, para ir a sentarnos junto a quienes nos aman, y poder decirles, quizá por última vez, que también los amamos, para que sean esas las últimas palabras que escuchen antes de dormir para siempre, antes de que nosotros, como mal presagio, como destructores de naciones, como una Nube Oscura, extingamos su vista y con ella, también su vida.


[1] DRESSER, Denise y VOLPI, Jorge. México: Lo que todo ciudadano quisiera (no) saber de su patria, México: Aguilar, Nuevo Siglo, 2006, p.29

1 comentario:

Erranteazul dijo...

Hoy es Jennings, ayer Lawrence, Jhonson, Humboldt, Madame Mitterrand, Saramago, Constantine...
Miles se han asomado a nosotros, claro, cada quien de acuerdo a su libertad, criterio, intereses bla, bla, bla. De todos, saquemos cada quien nuestras conclusiones.
Yo, humildemente, no he perdido la esperanza e intento cada día poner mi granito de arena para que algún día la historia se revierta o, pregunto, estaremos fatalmente condenados a repetirla???

Por nuestro bien espero k no.

Es un gusto tenerte de nuevo.