FELIZ NAVIDAD...

Este texto fue escrito exactamente hace un año y bueno, quiero compartirlo con ustedes. Saludos.

Su lengua jugueteaba con aquel trozo de pan que pretendía acabar con su hambre. Él, sucio, desaliñado, maloliente, con ese aspecto a pobre que lo hacía ver más despreciable aun. ¿Quién quiere ver en la noche, en la víspera de la navidad, a un sujeto de apenas nueve años, mendigando un pan?
Sale de aquella montaña de basura dispuesto a encontrar un lugarcito en cualquier rincón de la ciudad en donde no le estorbe a nadie. En donde pueda pasar la noche con un poco de calor. Sabe que la gente no lo quiere. Sabe también que los demás tratan de ignorarlo, de no verlo, de callar sus conciencias con una moneda que le arrojan al suelo. No los culpa. Piensa que si él tuviera la oportunidad haría lo mismo. ¡Son tan despreciables las personas cuando no tienen dinero! Eso se lo repitió uno que encontró borracho en la Alameda Central. ¡Los pobres son un asco! Cuando puedas chamaco, elimina a los pobres, tú me caes bien, pero también deberás desaparecer si sigues pobre. Recuerda con precisión sus palabras.
¿Cómo salir de pobre? ¿Robar? No. Ha visto en la televisión, cuando no lo sacan de los centros comerciales, lo que les hacen a los que roban. ¡Los han quemado vivos! Nunca más veré televisión, pensó cuando escuchó que un niño se aventó de la azotea de su casa al sentir que era superman. Superman no existe, ni Santa ”Clós” tampoco, esos son puros inventos para mentir a los niños y hacerles creer que los milagros sí existen, reflexionó mientras huía del lugar.
Hoy busca desesperado un lugar donde pasar la noche, donde no sea molestado por el policía que lo golpea cuando lo encuentra, donde no haya que soportar tanto, el insoportable frío que este año ha matado a miles de personas, donde no haya que tolerar los insultos de las personas que se sienten dueños del mundo, donde no haya que aguantar el hambre, ni el frío, ni el dolor, ni la soledad, ni el miedo, ni la pobreza, ni la miseria, ni la ambición desmedida de los demás, ni la avaricia. Un lugar donde no exista el año nuevo para no seguir creciendo, ni los regalos para no darlos ni recibirlos, ni Santa Clós, para no pedirle regalos, ni los Reyes Magos, para no odiarlos porque nunca le trajeron su carrito, ni los deseos, para no ser ambicioso, ni los sueños, para no despertar a la triste realidad, ni la navidad para no tener que espiar en las ventanas de las casas ajenas, la felicidad aparente que se desborda en una noche y en esa misma se consume, un lugar donde no exista Dios, para no tener que reprocharle que a él, nunca le hizo el menor de los milagros. Quizá le caigo gordo, pensó.
Avanzaba la noche, cerca de las doce, cuando encontró una cajita con unas pastillas, tirada en plena acera, el hambre lo hizo pensar que era un milagro, por fin, los dulces que tanto le rogó a Dios los había encontrado. Dios existe, pensó, los milagros existen. Contento, se llevó a la boca de un solo bocadillo, todas las veinte pastillas que contenían fluoxetina, ese fármaco que es la sustancia activa del Prozac, del Foxetin, del Fluoxac, del Neupax, y de cualquier otro antidepresivo, que terminan por deprimir más a sus consumidores. Quizá si supiera leer, habría pensado más antes de consumir las pastillas, o quizá no, tal vez ni siquiera lo pensaría.Avanzaba la noche cuando un niño, se contorsionaba en plena avenida, intransitada, con apenas dos personas que viajaban en su auto, quienes comentaban de él: malditos drogadictos, deberían matarlos a todos. Y ahí, en punto de las doce, mientras le dabas el “caluroso abrazo navideño” a tus “seres queridos”, estaba un niño que había por fin, tras la muerte, encontrado sus deseos...